12-02-09
Siento celos del tiempo, pues te palpa inmemorablemente cada vez que te desdibujo al ausentarme entre presencias taciturnamente cóncavas, entre seres más vacios que completos. Sus flagelos contornean cada espacio creado por mis manos y hacen de tu piel algún vestigio espasmódico de mi imaginación –no era esta la forma en la que te recordaba---musitaré esta y cada noche en que reproches el por qué de mi sombra alejándose de la alcoba, mientras recorro los escombros en los que jugábamos a querernos cuando niños, hasta llegar al patio donde dejamos de jugar y empezamos a amarnos con la fragancia del frenesí, fue allí donde te recordé… invulnerable ante el tiempo y el deterioro de la mala memoria.
Te dibujé de nuevo. La flacidez de tu tez fue sólo la alegoría de mis quejumbrosas obligaciones, tus constantes preguntas y sermones intentaban ser mi tino y atarme a dicha cordura flagelando todo atisbo. El dulzor de tus ojos brillaba como nunca. Tu sonrisa evocaba sentires fragantes mientras al mirarte notaba cómo aquella travesura consumía el vigor de nuestras voces con el tiempo; --siempre he sido algo posesivo—reconocí. Jamás olvidaré los aromas que se despiden desde tu piel al compás de mis peticiones.
Siento celos del tiempo porque solo él te vio envejecer. Siento celos de la distancia porque solo ella me quita el tiempo que suelo dedicarte. Mas, te siento como aquella presencia entrañable mezclada homogéneamente con la ficción que se esconde tras ausencias.
Retomo instancias. Sólo veo vejez y aquella inmutable imagen que retorcía mis hechos hasta hacerlos parte de mi sentencia vivida. Allí yazco, viendo el retazo representado por mi rostro postrado en aquella cama en la que relegué su compañía; el espacio era corto, pero su calor íntimamente acogedor. Las disputas eran abrasantes, cada palabra rasgaba el Edén de perdones que me absorbían al ser retenidos. Conversábamos entre refutaciones sin sentido e incoherencias fortuitas de proezas insensatas: yo con mis celos energúmenos, y tú, con tu gran revuelo entre la faz que acoge a todo ser supremo e inmaculado… --ni siquiera mis manos lograron acariciarte íntegramente desde que abandonamos la libertad con que gozábamos en la penumbra--.
La belleza se despojaba de ti mientras me despedía sentado a tu lado con un simple y trivial –buenas noches-.
Las noches inhalaban mi rostro, las sabanas bebían todo rastro húmedo antes de ser sumido por mi piel, mi voz se sosegaba enmudecida entre gritos que se desvanecían al palparte como si estos fuesen tus pesadillas. Agitado me dedicaba a contemplar destellos enrojecidos palpitantes, mis uñas se adherían a mi piel, mientras un lento y martirizante movimiento cautivaba mis dientes destrozando mis labios; tal frenetismo no era propio de mi, hasta hacia unas pocas noches en las que lo abstracto se amoldó a mi frivolidad como remordimiento.
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Aun sigo marcada por Isabel Allender, como podras notas, je!..
Antes de despedirme, mi querido lector, espero halla disfrutado esta breve elocuencia de mi tacto...
Hasta entonces...