miércoles, 26 de marzo de 2008

Relegada de ti.


Como huellas en la arena, se desvanecen en ti las anécdotas, como retratos de infamias, permanecerán, tal vez en ti, estas palabras; sin embargo, ineludiblemente, trato de buscar de nuevo fuerza, en cada respiro y palabra, en cada susurro y en calma, como si delimitase veraces instancias, en el umbral sobre el que te pedí, en sueños, ser la portadora de aquellos sentires en los que absorta permanezco cuando te pienso.

La nostalgia desgarra mi tez, lagrimas corroen la marginación de mi oprobio; pues, cruentamente, postrada ante ti me encuentro, gritándole al silencio que en su abstinencia jamás te enajene, para así inherente a la verdad de mis palabras… tenerte, atiborrándote del cariño que reboza de mis impunes brazos; despojos ornamentados de sublimes encantos. Permito que los flagelos del viento desgajen mi cuerpo; mientras, voces en la lejanía susurran entre ecos, que te pierdo. Tan efímera como forzadas sonrisas, han de tornarse aquellas instancias que carcomen el tiempo, al hacerlo cada vez mas etéreo y maltrecho; -¡No te sumerjas en el vacio de tu desconcierto! ¡Cree en mí, mi querido pétalo!-.

Prorrumpidos vendavales tienen la dicha de tu piel acariciar, ¿podré al igual que ellos, susurrar sobre cada poro de tu ser, lo que siento? ¡Rompe la inercia de tus labios! ¡Confiesa lo que callas!

-¿Debo llorar para que entiendas que todo ha sido real?- Contemplo tu recuerdo en la calidez de cada soplo, bajo el rocío de la perfección del alba que te marchita, al exiliar de tu vida los arrobos que te aclaman entre carmesíes tersos, entre fraguas y desvelos.

Tragedias agridulces e indecisas son las protagonistas de nuestras tretas. Toda frase inhóspita se torna ante la bajeza de esta afrenta caudal de líneas; ¡Tan sublimes!... ¡Tan viles!; ¡Tan puras!... ¡Tan indescifrables!
Conversaré con letargos. Me arrullaré en el regazo del suplicio. Le cantaré a la faena de tu indiferencia, aquella prosa que tarareas con ironía. Continuaré siendo, anhelante masoquista.

Nítida en mi mente te encuentras, como si tu rostro estuviese dibujado sobre el lienzo del tiempo, como si tu sinuosa silueta fuese la desembocadura de éstas letras, como si tus ojos fuesen alguna espesa gama de estrellas perdidas en la incertidumbre de su reproche. Eterna y titilante; inmaculada… argentada. ¡Resplandece, mientras crees!

Temerosa de perderme en el sendero de tus labios, recorro las distancias del tiempo, forjando nuevos confines presididos por albores de miedos, impregnados de incesantes sentimientos que mueren al ser ciertos… acoplándose al fervor cautivo en algún horizonte sin retorno.

Anhelante o furtiva. Soñadora o noctívaga. ¿Qué podré ser? Relegada de mi devoción... relegada de ti.


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Padeciendo la letania de quien solia ser la musa de mis lineas, me encuentro. Mis creaciones literarias han perdido su fuerza; ahora, enteramente simples, son. Empiezan a extinguirse las palabras, en mi son ineludiblemente escazas. ¿Cuando piensas devolverme aquella inmensa gama de metaforicas connotaciones? ¿Cuando las traeras con el brillo del impetu que caracteriza tu presencia?

Flagelada en tu ausencia, tratando de divisarte entre las estrellas...

Espero plasmar, de nuevo, lineas verosimiles y vehementes... tratando de relegar la secuela que ha dejado en mi, su ausencia. Hasta pronto... ^.^.

martes, 18 de marzo de 2008

Rolf Carlé. --Un poco de Isabel Allende--

Te quitabas la faja de la cintura, te arrancabas las sandalias, tirabas a un rincón tu amplia falda, de algodón, me parece, y te soltabas el nudo que te retenía el pelo en una cola. Tenías la piel erizada y te reías. Estábamos tan próximos que no podíamos vernos, ambos absortos en ese rito urgente, envueltos en el calor y el olor que hacíamos juntos. Me abría paso por tus caminos, mis manos en tu cintura encabritada y las tuyas impacientes. Te deslizabas, me recorrías, me trepabas, me envolvías con tus piernas invencibles, me decías mil veces ven con los labios sobre los míos. En el instante final teníamos un atisbo de completa soledad, cada uno perdido en su quemante abismo, pero pronto resucitábamos desde el otro lado del fuego para descubrirnos abrazados en el desorden de los almohadones, bajo el mosquitero blanco. Yo te apartaba el cabello para mirarte a los ojos. A veces te sentabas a mi lado, con las piernas recogidas y tu chal de seda sobre un hombro, en el silencio de la noche que apenas comenzaba. Así te recuerdo, en calma.

Tú piensas en palabras, para ti el lenguaje es un hilo inagotable que tejes como si la vida se hiciera al contarla. Yo pienso en imágenes congeladas en una fotografía. Sin embargo, ésta no está impresa en una placa, parece dibujada a plumilla, es un recuerdo minucioso y perfecto, de volúmenes suaves y colores cálidos, renacentista, como una intención captada sobre un papel granulado o una tela. Es un momento profético, es toda nuestra existencia, todo lo vivido y lo por vivir, todas las épocas simultáneas, sin principio ni fin. Desde cierta distancia yo miro ese dibujo, donde también estoy yo. Soy espectador y protagonista. Estoy en la penumbra velado por la bruma de un cortinaje traslúcido. Sé que soy yo, pero yo soy también éste que observa desde afuera. Conozco lo que siente el hombre pintado sobre esa cama revuelta, en una habitación de vistas oscuras y techos de catedral, donde la escena aparece como el fragmento de una ceremonia antigua. Estoy allí contigo y también aquí, solo, en otro tiempo de la conciencia. En el cuadro la pareja descansa después de hacer el amor, la piel de ambos brilla húmeda. El hombre tiene los ojos cerrados, una mano sobre su pecho y la otra sobre el muslo de ella, en íntima complicidad. Para mí esa visión es recurrente e inmutable, nada cambia, siempre es la misma sonrisa plácida del hombre, la misma languidez de la mujer, los mismos pliegues de las sábanas y rincones sombríos del cuarto, siempre la luz de la lámpara roza los senos y los pómulos de ella en el mismo ángulo y siempre el chal de seda y los cabellos oscuros caen con igual delicadeza.

Cada vez que pienso en ti, así te veo, así nos veo, detenidos para siempre en ese lienzo, invulnerables al deterioro de la mala memoria. Puedo recrearme largamente en esa escena, hasta sentir que entro en el espacio del cuadro y ya no soy el que observa, sino el hombre que yace junto a esa mujer. Entonces se rompe la simétrica quietud de la pintura y escucho nuestras voces muy cercanas.

Cuéntame un cuento -te digo.
-¿Cómo lo quieres?
-Cuéntame un cuento que no le hayas contado a nadie.



Rolf Carlé.

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Con este texto comienza "Cuentos de Eva Luna". A pesar de que aun no he leido dicho libro, tal fragmento me ha encantado. Enteramente cautivador.
^^

domingo, 2 de marzo de 2008

Como tizones. (perdoname 2da parte)

Mis labios no han parado de temblar desde que me dedicaste cada minuciosa gota de tu indiferencia. Mi aliento, gélido, empaña al viento de lamentos, ¡Consérvalos! Mis brazos padecen entre los flagelos de tu ausencia. ¡Necesito acunarme en ti! ¡Déjame vivir! Regálame frases beneplácitas para cesar la impaciencia que carcome mi calma.

¡Abrázame! Funde tu cuerpo sobre el fervor que hace latir por ti, la sinuosa pesquisa de mi corazón, ¿dónde estás? ¡Contesta! Entre el desdén creado por el oprobio de mi engaño, miro al cielo y solo diviso en él, el ocaso de nuestros labios; ¿serán míos cuando logre decirte cuánto te amo? Extingue mis lágrimas, regresa… ¡Regresa!

Esta noche el viento relata nuestra historia, espero que sus palabras logren palparte, pues, son caricias que mis manos, trémulas, desean sobre tu piel esparcir. Confitemos nuestros sentidos, extasíame con tu voz… canta, ¡Canta! Haz del viento algún vestigio esbozado con lástima. Atiborremos nuestros cuerpos con besos; seamos la faena incipiente del fuego, ¡cuán fragua de deseos! Mientras acoplamos cada recoveco… cada sendero, plagado de calidez, sobre aquel vendaval alocado de sueños: tu piel, la fragilidad que argenta la belleza de una rosa, al pedirte que te inmacules de tal forma en mi memoria.

Como tizones ante las brasas ardientes del averno, ¡unamos nuestros cuerpos! Perdóname. ¿Por qué te cuesta tanto, otorgarme el candor que purifica tus manos? Eres la necesidad de mi tacto; aquella Deidad, que hace de mis líneas cuán libérrimo hálito de seres exhumados de su propia quimera entre encantos. Permíteme escuchar las cantatas que emites, mientras mientes al decir que eres impasible; tan sólo, corresponde este tórrido y desvergonzado quejido, que implora de nuevo vestirse del albor de tu sonrisa, al ornamentar el sigilo… con la danza de tus pasos.

-Como tizones, convirtámonos en el demencial sortilegio disfrazado de fuego. Perdona el desasosiego de mi sentir, renace en aquel Edén fecundado entre palabras, que visten la bondad de tu mirada. Renace, mi Dama…-.
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No entiendo por qué mis palabras son tan escazas; me es casi imposible dedicar vagamente la brevedad de mis líneas. Más, me limito a decirte, entre esta ebriedad emocional que, muero por estrujarte entre mis brazos; confesarte cómo en silencio, me entrego al castigo de tu enerve presencia… sólo mediante sueños. Extasiada de anhelos, empiezo a nadar entre la espesa gama de estrellas que mis ojos fecundaron sobre el cielo para ti, tratando de encontrarte entre sus fugaces instancias, a la vez tan perennes y lejanas, tan abstractas como entornadas… tan sumisas, tan viles.

Permíteme ahogar mis besos en tus suspiros, colar mis labios entre el sigilo de tu voz; mientras hago de tu cuerpo el caudal de mi cariño. Siénteme. Percibe éstos noctívagos lamentos, vibrantes e insoslayables. Dormitante, leeré el verso de tu cuerpo, aquella fragua plagada de ignominiosas fantasías frente al que se deleite con el frenesí que sucumbe cada recoveco cautivo en el tiempo.