domingo, 27 de abril de 2008

Dia 326

Aún las palabras son emitidas sin fuerza; cuándo podré percibirte de nuevo mientras evoco el veredicto abstracto de nuestras proezas, al besar vendavales elocuentes de deseos en los que, se manifiesta cautiva, la esencia libidinosa de tus labios. Letargo de enerves presencias, murmulla entre ausencias el etéreo sentir que te estremece sumida en quimeras y esquizofrénicos momentos tan desatinantes como funestos; justo ahora profetizo la simplicidad de estos versos al cauterizar las heridas del tiempo, sobre aquel lienzo de lagrimas y chasquidos de turbios encantos que envuelven lo que ha de llamarse, vida… continúo consagrando el sacrilegio de mis días.

La lluvia, parece ser sólo la efigie de sarcásticos recuerdos; pero, permanezco inherente a dicha flagelación constante en el pensamiento. Atiborrabas mi cuerpo de besos; arrancabas de mi piel aromas ajenos, dejados por el confort emanado por seres ajenos a la imperfección de éste; vislumbrabas miradas llenas de quejidos en el ofuscado brillo de mis ojos, me pregunté una y otra vez: ¿placer o dolor?, ahora, solo indagaba entre los senderos sinuosos que me obligaban a recorrerte entera, haciéndote mi pesquisa obsesiva.

Sigues siendo la ferviente que ornamenta la escasez de mis líneas, ¿Por qué? -¡Ja!-, no hago más que tomar trozos de algún argén para tallar en él unas cuantas anécdotas, mientras converso con la inexistencia de relevantes palabras previamente dedicadas.

Tenues destellos sumían fragancias tangibles, no tolerábamos un segundo más de abstinencia. Te posaste sobre mí; entre fallecidas lascivias verbales socavábamos caricias, tu cuerpo empezaba a bañarme con su pudor mientras vestía la desnudez que habías dejado en él; saboreabas el rocío que desembocaba sobre mi vientre; recitabas sobre cada poro tus más perversos anhelos, erizando mi piel, ¡cuán extasiada!, mi cuerpo se sucumbía; la vibración de nuestros labios resonaba en aquel vacío estridente, al unísono del silencio cóncavo de gemidos muertos en la lejanía.

Con tu mano izquierda, acariciabas mi rostro acallando mis trémulos sentidos, adentrándote en el espesor casi impenetrable de mis pupilas, musitándome –eres mía-.

De pronto, congelando esa instancia en otra perspectiva de la inconsciencia, mis tejidos lozanos, se funden sobre el candor que te envuelve... , asfixiando tus gemidos con pecados ardientes, exhumados de los recovecos de la existencia. Tu mano derecha logró liberarse de mis vertiginosas entrañas, minuciosa explora cada sensación que exhortas en mi tez, mientras a mordiscos desgajas mi orgullo en el miasma de orgásmicos gemidos que se consumen en su agónica represión.

- Así recuerdo sentirte. Así la brevedad de éste relato, crea estragos en las voces que a menudo, como te lo he comentado, me orientan-.

--¿Era esto lo que deseabas? ---Dices sonriente y exaltada.

Te observo, me detallas totalmente exacerbada. Bruscamente, estrujo la sensualidad de tus pechos con la calidez que merodea en mi boca. Gritas. Te estremeces.

No escuché voces, solo tus suspiros y el arrobo que impregnaba de humedad aquellos carmesíes tersos.

- Han pasado 326 días, durante centenares de noches las estrellas han tratado de rasgar la pureza del cielo, buscándote-.

326 días, mi cama esparce tu aroma en toda mi habitación; empiezo a alucinar. Esta noche, duermo. Encarno de nuevo, otro recuerdo de lo que, me gustaría, fuese cierto: renaces, realizas un recorrido ascendente con tus manos desde los indicios de mi abdomen, seguido de aquel hálito que trasmuta mi inercia al empañar tus rastros; alcanzas mis senos, los atrapas. Creas un lenguaje que sólo entienden las extremidades exaltadas de mi cuerpo aún danzante en medio del ritmo fugaz de tu voz; ¿en realidad eres dicha melodía? ¡Que sublime!

Empapada de sudor, despierto agitada. Miro a mi alrededor, no te encuentro. Desconcertada destajo algunas sonrisas plagadas de mentiras que osan decirme que, jamás has sido mía. Tan profanado entorno empieza a adornarse con lúgubres percepciones, que al igual que todas, añoran ser el vociferante de tu nombre.

- ¿Cuántas lunas he pasado esperándote?- ahora, conversaré con aquel desacuerdo perenne sobre el silencio. Sólo una canción se acopla a esto, mientras en mi soledad… grito que sin ti padezco.

Repito. 326 días. Centenares noches. Espasmos que corrompen aquel letargo que ocultas tras constantes reproches.