–¡Huye benévola!–. En sueños la gloria que representa tu cuerpo por mi tacto será alcanzada. De nuevo, el viento ha cautivado la trayectoria de la danza de uno de tus pétalos, ¿será esa la dirección por la que descenderá la proeza que representa tu vida? Imposibles son de tararear aquellas melodías que dictan los chasquidos de tus suspiros, pues, inherentes y devotos han de ser, ante aquella Deidad profanadora de minuciosas divagaciones en las que atas lo que llaman “manía”; ¡Locura, éxtasis mental!
Intérnate en los suburbios exiliados por el tiempo; en los recovecos que anuncian presagios dictados por la extenuación de la razón, ¿dónde estás, Diosa de mi cordura? Prisionera entre palabras, te imploro. Indiferentes roces me son entregados por el desdén de tu presencia; ¿En realidad tu recuerdo se limita a tan mísero sentimiento? ¡No sabes cuánto me lamento! ¡Mi tacto te aclama! Regresa, Fílide de ancestrales cartas.
Mis sentires visten tus labios cada mañana. Cientos de anhelos he vertido sobre el cielo, impregnado las estrellas de historias que espero vivir junto a ti; esta noche seremos protagonistas de una de ellas, mientras el viento entrelaza su voz al silencio, para susurrarle al mundo: devoción. Inmutando la inercia que mantienes, al recitarte todo esto, me acoplaré al canto de las brisas del invierno, para dedicarte mis sentires más perfectos entre la abstinencia de aquel suplicio en que vive el mundo. Te quiero. Duerme; sueña, pues, sólo allí te bañaras entre pétalos, bajo el regazo de aquel cielo que purificará tus tersas anécdotas; sueña…. Y, canta mientras prolongo la infinita gama de estrellas disfrazadas de alba. Mis manos, exaltadas, no logran encontrar la calma, ¿Dónde estás, mi Dama? Lenore… ¡Lenore! ¿No escuchas mis gritos? ¡Respóndeme! –Digo desesperada, ineludiblemente entre sollozos-.
Absorta en lúgubres e inoportunas miradas, te encuentras; me pregunto, ¿acaso te ves reflejada en ellas? O ¿buscas retornar pasiones lejanas en el transverso tiempo, uniéndote al sentimiento? Confusa me mantengo, sujeta al hecho de quererte, tal y como la vida se adhiere a las huellas dejadas por generaciones pasadas. Palpables son aquellas marcas que, desgajadora la impaciencia, ha dejado sobre mi; posa tu mano sobre mi pecho, siente cómo entre el y mi cinto, empieza a desatarse algún tipo de tempestad, arrobo de dudas y sentires tan torpes como ingratas han de ser las tretas con que han de manipularnos, en manos de la distancia. Entrégate al candor que elimina al maltrecho tiempo; ¡Entrégate a mis besos!
¡Locura!… locura; he pasado a formar parte de los vestigios de aquella ficticia forma de vivir. Escribamos con lágrimas éstas palabras, dibujemos con metafóricos roces, el peso que ejerce el tiempo sobre nuestros taciturnos cuerpos, los que se niegan a su pasión menguar; ¿Es un sí tu silencio? ––un soplo cálido y quejumbroso me hizo sonreír––. Entre tantos delirios, el brillo de tus ojos enceguece mi razón; ¡Esbozo de dolor! Ahora, no puedo hacer más que alimentar la sed de éstas teclas, quienes no hacen más que provocar adicción, ya que los hechos que repentinamente ocurrirán en la prometedora historia que está por desatarse, parecen no tener indicio alguno sobre aquel presagio enviado por mis anhelos.
Enfoco mis ojos desconcertados sobre el cielo; no veo más que pasajeros sueños, ¡Tan perdidos! ¡Tan muertos!, no entiendo por qué han de aturdirme sus gritos, si tan sólo son torrentes de desvalidos sentires. Empiezo a dejar huellas sobre rostros perdidos, ¡Retratos de infamias!... – ¿Qué pasa? –.
Continúo observando con insistencia hacia aquel ‘portal de sombras’, tal vez en busca de alguna remota señal que logre otorgarme instantes de sensatez, ¿he de buscarte, o busco verte entre mortales y no entre seres exánimes? –Me pregunto, mientras acuno mi cuerpo sobre el frío suelo–, basta ya de perdida de tiempo, la alborada empieza a matar las estrellas; – ¿Cómo podré encontrarte sin sus efímeras anécdotas? –
Un grito – ¡Ahh! –, libero para inmutar el claustrofóbico silencio; ¡Prisión de miedos! Nada cambia. Todo sigue siendo tan agobiante como perdida en las afueras de mi propio mundo, me encuentro. – ¡Ahh! –. Empieza a desatarse de nuevo. – ¿Qué sucede?– Con mis pupilas dilatadas, bajo el efecto de inesperados sucesos: miedo y ataques esquizofrénicos, logro aceptar que el sol, pesado y abrumador, sobre mi está. El reencuentro de tus recuerdos, míseramente, ha muerto; aquellos destellos emitidos por tus ojos, a su vez, lo han hecho.
– ¿Dónde estás? ¿Podré encontrarte? –. ¡Que enfermizo!
Tendida caigo de nuevo, esta vez, sin saber cómo, ha sido sobre el confort de la gramilla. Tratando de recordar como he llegado hasta allí, inicio una pesquisa obsesiva, recopilando viejas vivencias. Tal parece que, partí del encierro de aquel envolvente caos, representado por mi entorno, adentrándome en la tez de algún espeso bosque, al carcomerla con el filo cortante de mi presencia… sólo, por buscarte.
– ¿No ves lo qué hago? ¿No percibes cómo llora el mundo, mientras a ti te busco? ¡No te ocultes, Lenore! –.
Atravesando la espesa progresión de ramas atravesadas, cansada, me regocijo bajo la humedad de un frondoso árbol de almendro, donde me limito a limpiar de mi cuerpo viejos lamentos, con metáforas de lluvia: pétalos; mientras deleito mis sentidos con tan gratos roces, te pienso. Mis ojos, convalecientes, son bañados por el rocío que trajeron consigo centenares de albores. Mi boca encuentra arrobo al probar de las asperezas del suelo, frutos prohibidos ante los ojos del mundo. Fugazmente, me incorporo. Delimito fronteras en mi imaginación, dibujando con mi voz en el viento, nuestro próximo encuentro.
Entre quimeras, perdida me encuentro. Tanto mi cuerpo como mi mente, empiezan a padecer de trastornos aún más irónicos que la locura.
– ¿Es este el precio que debo pagar, por a una Deidad amar? –––Digo, mientras realzo las expectativas de mis historias, impetuosamente, pasionales.
Energúmena, llevo mis manos hasta mi cabeza, manteniendo con firmeza expresiones de fatiga y desespero en mi rostro. Empuño fuertemente mis manos, aprisionando y halando con furia aquellos hilares que entre mis frágiles dedos se encontraban. Creo ver espíritus atrapados en el viento, pues, sé que no te tengo; majestuosamente, mientras mis quejidos danzan en compañía de las cantatas emitidas por el colapso de aquellas hojas que ornamentan dichos árboles, veo cómo innumerables destellos hacen de tu sombra, cuán hermoso destajo de encantos; ¡Ecos que te ausentan!
Mis ojos entornados, metamorfosean el sigilo, en augurios emanadores de impávidos gritos. No logro divisar los confines de mi cordura, ¿he perdido totalmente la razón? –Murmuro–. ¿Empiezan a seguirme las estrellas? –Agito de un lado a otro mi cabeza, intentando espabilarme–. Trato de ignorar su latente presencia. Continúo caminando, mientras escucho voces que resuenan incesantemente en mi cabeza, diciendo: – ¡oh, por Dios! ¿Es esto dolor, disfrazado de tan sutil canción? –. Justo al pronunciar esto, postrada caigo, al percibir azotes del viento sobre mi desfallecido cuerpo.
De pronto, sorpresivamente, con la misma certeza de un reavivado suspiro, me encuentro de pie, buscando nuevamente, alguna señal que me ayude a unos cuantos pasos más, dar. De forma extraña, he logrado menguar la tensión que se encontraba justo en la comisura de mis párpados; efectivamente, duermo. Mis manos parecieran amoldarse al caudal que inmacula todo torrente que ose desembocar sobre él, tu cintura; mis labios, impacientes, con locura y entre desatinos, se posan sobre los tuyos, con tanta fuerza y veracidad que podría arrancártelos. Aquel calcinante sol, no tardó en sucumbirme y alejarme de mi estado de somnolencia. Aturdida, comprendo que todo ha sido un mísero sueño, producto de la secuela de tu ausencia.
He aquí, entre deseos y márgenes fijados torpemente con tinta sobre alguna atiborrada gama de frases, el cementerio de mis incipientes anhelos. No existe pausa en mi llanto, pues, sé que no has muerto… tan sólo, otórgame consecutivamente, centenares de prorrumpidos besos; ¡Abstén el tiempo! Con caricias, eleva mi enerve revoloteo, y dime que estás conmigo, de nuevo. Espera un poco; esta noche, serás testigo del canto que profetizará nuestras andanzas por las estrellas, bajo aquel manto con que ha de cubrirnos la lluvia en medio de transcendentales palabras, que acunan las carencias del alma. ¡Alimenta tus sentires entre la distancia! ¡Sé perenne, mi Dama!
¡Consígueme! Hoy, la luna canta… ¡danza! Danza, Fílide de mis besos; Lenore de mis sueños…
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Por poco olvido esta carta, o deberia llamarle historia. Fue escrita a mediados de Enero o principios de Febrero; dejando atras eso, continuo compartiendo mis lineas: las pasadas... las actuales, y en cada comentario anexado a mis prosas, el prologo de algun porvenir de creaciones. ^^. Espero, no me equivoque al decirlo.