Analizando anécdotas como si se tratase de imágenes impresas con sentimiento, te pienso. Observo tus sonrisas, mientras acaricio tus mejillas tan sólo con percibir cómo llora el mundo, entre aquellos suplicios exhumados de seres exánimes, ¿Dónde estás, mi Dama? Escucha los siseos que mi todo grita por ti; me pregunto, ¿Cómo podría encontrar redención, del error que cometió el egoísmo de mi corazón?
Posa tu mano sobre mí, ¡Siente la fragilidad con la que me mantengo con vida! ¡Ven! Otórgame la brevedad de algunos instantes, sé que es tarde para postrarme en la ilustración que representan mis líneas para ser perdonada, pero… mi sentidos no conocen el tiempo, sólo padecen bajo el regazo de cientos de letanías cantadas por el letargo de tu ausencia. ¡Regresa! Recae de nuevo, sobre el regazo de mis brazos, permíteme articular el caudal de tu llanto, pues, he de ser el sendero delimitado por tus suspiros, ya que entre palabras… entre efímeros centímetros, trato de aproximarme a ti, con el propósito de agasajar lo que parece extenuarse entre la distancia, y las pésimas decisiones tomadas. ¡Perdóname!
Imposible de aceptar es el hecho de no saber de ti; ¿Cómo estás? ¿Qué disfraza la elocuencia de tus palabras? Por ello, me limito a, de forme leve y breve, tener la osadía de hacer estas letras cuán destajo de sentires tersos. Confieso que me arrepiento; más, no fui capas de hacerlo a tiempo; ¿Por qué te cuesta tanto entender, mi querido pétalo? –Una ráfaga de viento irrumpe nuestra inercia–, ¿Eh? ¿Escuchas lo que nos dice el silencio?
Mis músculos se tensionan. Empiezo a respirar con tanto ímpetu que mis brazos optan por desafiar el revoloteo de los pájaros, al buscar de forma poco usual, el calor con que vistes la perfección de tu ser.
“Mis trémulos dedos, mientras trascendentales instantes desgajan la veracidad del tiempo, no hacen más que buscar confort sobre éstas gélidas teclas, con las que mi tacto no crea frases sin que hallan sido dedicadas previamente a ti, en presencia de todo encanto que ose frecuentar la belleza de tu tez”.
Permíteme expandir los horizontes de tus te quiero. Entre mis palabras empiezan a desencadenarse, metáforas de lascivias pasadas, pues, ¿Podría algo con mayor deseo para alguien plasmar? Escucha los esbozos de tus gestos, quienes padecen en su propia ironía.
–Shh. Shh–. ¡Siénteme! ¡Perdona lo ineludible! –.
Huyes. Tal comportamiento no me extraña; más, sin otra opción, te busco. Son tus pasos, heridas; tus suspiros, hilos argentados de recuerdos, ¡Instantes perfectos!
…Es tarde. Es tarde para en suplicas mi voz desgajar. Perenne es el agobio que carcome cada recoveco eclipsado bajo el brillo de tu rechazo, ¿No ves como extingues los despojos de mi cuerpo? – ¡No me mates! No tu, portadora de estos versos–.
Sujeta mi mano. Acompáñame a la cuna del alba; aquel manto seducido por el roce de tu cuerpo; sonríe, permíteme acunarme en los vestigios de tu felicidad, desterrando de cielo… todo destello que pretenda opacarte. Irrumpiendo, energúmena y titilante, corrompes tanto lo que puedo sentir, como aquello que, con palabras, deseo disfrazar: el desdén de tu presencia.
–Perdóname… perdóname–.
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