Fontainebleau Paris, Octubre 1996.
Podía ver la silueta de tu cuerpo insinuándose entre sombras apenas perceptibles. Avancé un poco más hacia ella, te encontrabas en la ducha, desnuda, como si te prepararas para mí; el vapor empañaba aquella delgada cortina de tela roja impermeable que nos separaba y que, tal vez, te protegía de mi. Devoraba cada centímetro sólo con pensar en poseerlo, mis manos, como si se tratase de aquel carmesí, desgarraban la ropa que hacía las veces de tino sobre mi cuerpo, creyendo inhibirlo
Es todo lo que puedo contar de mi primera noche en Roissy... sólo la vi, la admiré y, claro está, la deseé como a ninguna que le hubiese presidido. Puede que mi calor haya sido ocupado por otro, minutos después, no lo sé.
Versalles Paris, Diciembre 1997
Algunas moribundas se sortean para subastar su cuerpo ante los invitados de mi despacho, el precio es bajo, bastante, diría yo; pero les bastaría para ultrajarse entre corrompidos parajes desteñidos... viciados.
Encendí un cigarrillo, ejerciendo postura de espectador mientras ellos se turnaban en pares para socavarla una y otra vez. Eran tres pares... cientos de orgasmos y breves fallecimientos. Sonrisas placidas y estallidos corporales al unísono de la sosegada y a la vez ansiosa voz. Les escuché una y otra vez.
Daniel insistió en abatirse sobre ella antes que nadie. Tomó sus caderas y bruscamente la tendió de espaldas sobre el mostrador. Ella no respondía con ningún gesto, ni negando ni aceptando las órdenes de este sujeto. A duras penas sus mejillas lograron ruborizarse cuando éste la besó con tanto fervor que se sintió ahogar, y entre el más leve de los respiros... en alguna breve pausa, se sintió desvanecer. Daniel y John le ayudaron a ponerse de pie y, pronto, sus manos fueron atadas a uno de los postes con que se veía adornada la estructura del local. Aun tenía sus labios entreabiertos, Daniel se acercó y acarició la punta de sus pezones, erizando a un mas la piel de aquella mujer.
Ella vestía con un sobretodo color negro, por debajo no había más que un par de ligeros atados a sus medias negras, y una casi traslucida blusa de tiras delgadas que fueron arrancadas durante las caricias del primer beso. Tanto Daniel como John vestían trajes negros, camisa blanca y no podían faltar corbatas negras o rojas.
Daniel empezó por quitarse la chaqueta y aflojar su corbata. Se sentó frente a ella, le miró a los ojos y preguntó sonriente: ¿Cuál es tu nombre? Ella permaneció inmóvil, tal vez cautiva en aquel infinito brío que parecía desnudarla en cada parpadear o, sencillamente, absorta observando la manera en que la frivolidad le sonreía desde aquellos labios a los que minutos más tarde dedicaría gritos y lagrimas y, al final, súplicas.
-- Anne -- Respondió con voz débil.
--John --Asintió Daniel-- pásame la fusta y la venda negra.
No hay comentarios:
Publicar un comentario