Fecundo sensaciones sobre éstas teclas, entrelazando sentires con anécdotas. Es imposible exhumarte de lo que deseo, pues, por más que lo intento no logro hacerte menguar entre mis anhelos. Escucha cómo melodías se encargan de amoldarse al pulso de nuestra existencia, tal y como gotas de agua acompañan al alba. Luchando contra la monotonía a la que sujetas la miseria de mis líneas, describiéndote efímeros sentires, acoplo la bajeza de tus actos a aquella quimera que carcome mi razón.
Llueve. El tiempo, efigie de llanto, empieza a entrecortar tantas gotas del lluvia como segundos entre rosas, con sus hálitos puede marchitar; me pregunto, ¿serán sus hálitos el producto de mi decadencia? Ya que en un suspiro elevo cientos de pétalos, en suspiros exhorto de lo prohibido sentires que me son ajenos…sólo, en suspiros hago libérrimos mis sentidos. Prorrumpidos instantes son dedicados al candor de tus labios, a aquella efusión de pasionales roces. No oses ausentarte mucho, ni callar demasiado, pues, padecerás en la letanía a la que te condenarán estas líneas entre energúmenos placeres, tan ígneos como aquello que hace maltrecho a lo mutuo de nuestros sentimientos, distancia.
Limpia toda impureza que mis labios dejaron sobre tu piel. Obstruye la prolongación de mis recuerdos sobre el sortilegio que representa para mi, tu cuerpo, entre tantos ornamentos tan irónicos como la benevolencia que tratas de emanar, al de tu boca mentiras liberar. – ¡Únete a la traslucidez de la lluvia! –. Disfraza tus personalidades al teñirlas de algún tenue ocaso con el que has de inmacular la imponencia de tus crueles actos; vístete de mí… pues, entre tantos recuerdos, he de ser aquello que protege tu ornamentado cuerpo de la marginación del tiempo.
He aquí, el prólogo de aquellas metáforas que encierran el dolor con que levemente te plasmo la ficción de nuestro posible encuentro… entre sueños.
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Detallando cuán fugaz es el tiempo al pensarte, me encuentro; mientras los recuerdos parecieran ser proyecciones en mi entorno, ya que la esquizofrenia de tu ausencia ha exiliado de mi vida la sensatez. Escazas gotas del cielo descienden sin oprobio alguno, tal parece que he logrado enmendar con olvido el error que al probar tus labios he cometido por millonésima vez.
Te he conocido entre lúgubres días. Tantos segundos desperdiciados parecían ser el luto guardado por el tiempo como respeto al mortuorio deceso de aquel a quien con lágrimas se planeaba sepultar, ¿habrá muerto algún ángel? –me pregunto. Inhibo una sonrisa e inicio mi trayecto-. Me topo con innumerables conocidos; tantas sonrisas… ¡Tantas mentiras! Hace frío, mi cuerpo empieza a sucumbirse ante las fuertes brisas con las que el viento pretende marginarme. Acelero mi paso. De nuevo, tantas caras me son familiares, pero… todas mantienen con firmeza la indiferencia que ha de otorgarles dotes sociales; ¡Seres repudiables! En medio de mi afrenta, mi paso flaquea, pierdo la vehemencia que tanto caracteriza mi independencia; enceguecida, sólo logro observar, a pesar de mi obstrucción visual, un singular perfil caudal de lágrimas, pues, aquella Dama, bajo el regazo de un paraguas mantenía el baño de plata con que inmaculé tanto su cuerpo como la belleza que merodea en la fragilidad intangible de su rostro; mis ojos se vieron extasiados… a su vez, libres de todo estorbo, en los brazos de aquella mujer quedaron al percibir la delicadeza de su tacto. Mis mejillas buscaron acunarse en su protección, hasta llegar a sus hombros y extinguir allí toda pena. Entre tanto arrobo encontré paz. Pensé que mi reacción le sería inhóspita pero, continúo sonriendo y, tomadas de manos, dimos unos cuántos pasos hasta alcanzar un frondoso árbol donde nos sentamos. Convaleciente, le pregunté su nombre, en un hálito acompañado de una de sus interminables sonrisas respondió, Lenore. Suspiré y recaí nuevamente sobre su hombro, dormida bajo la humedad que transitaba en la atmosfera de aquel árbol.
– Mi querida Lenore, espero aún lo recuerdes. Ten presente ese instante como una de las tantas penas que ante ti son dignas de devoción–.
El viento, alimentaba mis delirios al juguetear sigilosamente con tu cabello; aquel hilar envuelto en indescriptibles aromas. Ante tan majestuoso momento, sólo me limité a acariciar la timidez de tu rostro, acoplando la presencia de mi tacto sobre tus labios, los que temblorosos, pronto, se verían acompañados por los míos. Tus mejillas, sonrojadas, ávidas de caricias me llamaban. Tus labios, exaltados emitían siseos entre murmullos que dictaban te quieros sobre el terso silencio, atados a deseos. ¿Fue gracias al frío tan bello instante? ¿O en realidad mía querías sentirte?
– ¿Recuerdas tus ansías, musa de mis anhelos? No ocultes aquella respuesta que atrapas en gemidos, pues, sabes que cada uno de ellos, son producto de las innumerables sensaciones que forjé aquella tarde sobre tu piel. ¡Sonríe, mi querida Lenore… sonríe!–.
Palpitantes se encontraban nuestros cuerpos, sucumbidos por la inoportuna presencia del frío. Nos abrazamos buscando en ellos aquel calor digno de pasión. Calladas permanecimos cobijándonos en el argel de nuestra timidez, esperando que alguna palabra rompiera la inercia que nos inhibía. No pude evitar acariciarte. De nuevo, mis manos se amoldaron a la perfección que se pasea sobre tu cintura. Mis labios se acunaron en tu cuello, y fue allí donde plasmé uno de mis tantos hálitos, manifestándote cómo entre silencio te amo. Tú, sólo fijaste la intensidad de tu mirar en mí, de forma tan provocativa que, en la efusión de nuestros sentidos, logré hacer de la dedicatoria de tus besos, mi mayor secreto… hasta este momento en el que confieso cuánto aún te pienso.
– ¿No padeces esta letanía, en la secuela de mi ausencia? ¡No mientas, acepta tu decadencia!
¡Regresa, mi Lenore! Regresa, sálvame de estos extraños momentos que imploran vestirse de ti, bajo el resplandor que se blasfema con las mentiras que nos marchitan, en la bajeza que profana despectivamente a la vida. ¿Cuál es el motivo de tu ausencia? ¡Confiesa! no te des la vuelta. Detalla la enerve fuerza con la que brotan mis palabras desde aquel tórrido y fúnebre ambiente en el que padecen mis recuerdos. ¿Por qué no regresas, mi querido verso? –.
De forma tan perfecta, desee conocerte; y tan majestuosamente, mía entre caricias hacerte. Duras palabras colapsaron con la intensión de mis tersos besos; pues, nada más querían estos que, acunarte en su protección, para argentar la calidez de tus labios en su regazo, como si tuyo fuese este ocaso en el que junto a ti, mis actuales anhelos han de morir.
Marchitas mis ansias con el alba que representa aquella benevolencia que yacía en tus palabras. Tal rocío, fue marginado en los lamentos de alguno de tus tantos suspiros; – ¿Por qué asciendes mientras te espero? ¡No te marches, Lenore! –.
Cientos de perspectivas de mi mente fueron despojadas, con la misma veracidad con que pretendía confesarte cuánto deseaba que aceptaras, la fragilidad que desembocaba en la metáfora de aquella paradoja de sensaciones que me dedicabas. Nuevamente, preferí soñar que desprestigiar todo aquello que siento y deseo, en tan efímero momento.
Numerosos destellos penetraban la desolada presencia de nuestros cuerpos, a pesar del espesor de aquellas ramas que comprimían, el inoportuno traslado de pétalos tan marginados que, tan sólo con ser palpados, podría percibirse cuán adustos han de sentirse; ¡Pobres seres! Hojas secas danzaban en el viento, como si se tratase de tu liviano cabello, ornamentando con aromas, la esencia de dicho entorno. Mis pupilas, titilantes, imploraban cubrirse bajo el resplandor que, impetuosamente, osaba opacar la tenue luz del sol, al ser irrumpidas por tu belleza. Estupefacta, admirando la perfección que ha trazado la silueta de tu cuerpo, en compañía de la creación de la sinfonía de tu voz, sollozante ante ti, postrada en lamentos caigo; el cetrino silencio que mora en tal sepulcro, se opone a mi consuelo al evocar de aquella gloria, que representa tu boca, gélidas palabras que ya en sueños me habían sido profesadas. – ¡No calles, mi Dama! Omite tal eco de prorrumpidos siseos, y entrégate a la simplicidad de nuestros pensares y anhelos –.
–––No logro escucharte. No logro percibirte. ¿Dónde te encuentras, mi Lenore? Pues, no comprendo cómo aquello que de ti yace atrapado en el tiempo, permanece tan absorto en lo inerte… deliberando tus delirios–––.
Tan agobiante indiferencia parecía retornar la extinción de aquella quimera, llevándonos a los suburbios de lo que se considera prohibido… pues, delineando con mi tacto senderos sobre tu cuerpo, en la inexistente realidad me pierdo; ¿Ausentarás tus caricias en mi devoción? ¿Abandonarás el caudal de mi pasión?
Escazas son mis palabras… espero, te sean gratas, mi Dama. Fecundo para ti éstas líneas desde el candor que emana la presencia de tus plácidos recuerdos, en la breve instancia con la que me regocijo al sentirte en las caricias del viento.
– Aún me deleito con la danza de tu cabello, acoplada a la inherente comparación que te hacía sumisa a ser tan elegante y bella, como candentemente brillosa es la Luna; efigie de ángel caído. Aún, entre pesares y sueños, eres mi Plectro… Musa de mis lamentos –.